Esther Lecumberri vino al mundo en un mes de enero, cuando los sueños duermen bajo el abrigo del invierno. La esperaba una bufandita de pura lana virgen, blanca como la nieve, y un gorrito con una bolita roja que rompía la quietud con un guiño de color. Quizá entonces nadie lo sabía, pero aquel conjunto era un presagio: las lanas serían el hilo conductor de su vida.